Entonces uno de los ancianos me dijo: «No llores, porque el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos.
Apocalipsis 5:5
¿Has imaginado alguna vez al apóstol Juan, un anciano confinado a la soledad, llorando con amargura? Imagina que estás en Patmos y tu instinto de protección te acerca a él. Al llegar le preguntas: «¿Por qué llora, papito?» Él responde: «Porque no se ha encontrado en toda la tierra, ni en el cielo, ni debajo de la tierra, alguien que sea digno de abrir el libro que el anciano que está sentado en el trono tiene en su mano». Tú te quedas muda, pensando de qué libro habla Juan, mientras él sigue llorando.
Nuestra mente no alcanza a comprender en toda su extensión lo que ocurrió en la isla de Patmos. Por tal motivo, el libro de Apocalipsis, en muchos casos, es el que menos queremos leer. Antes de verlo como un libro de juicios y terror, debemos de apreciarlo como un libro de victoria. Mientras, Juan sigue llorando, pues tú no lo has podido consolar. Uno de los veinticuatro ancianos se acerca a Juan y le dice:
«Ya no llores, ya se encontró a uno que es digno de abrir el libro». En seguida Juan para de llorar y seca sus lágrimas. La sonrisa ilumina su cansado rostro, sus ojos brillan debajo de sus párpados caídos, mientras sus oídos siguen atentos a las palabras del anciano: «el León de la tribu de Judá ha vencido». Juan levanta la mirada buscando al León, pero en su lugar ve a un Cordero inmolado a quien los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos le están rindiendo adoración con cánticos y arpas.
Juan ha dejado de llorar. ¿Por qué hoy tú sigues llorando? Si ya sabes que el León ha vencido y que te ha redimido, entonces para de llorar. Es probable que las lágrimas no salen de tus ojos y, sin embargo, vives quejándote de tu suerte, de la desdicha de este mundo, de la maldad que invade y destruye, de los líderes de la congregación, de la enfermedad, del silencio de Dios y otros motivos que tú conoces.
No llores, es la orden. No hay motivos para seguir hundida en la tristeza y el desánimo. La buena noticia es que Jesús peleó por ti como un León y murió como un Cordero para que hoy obtengas la victoria. No llores.