Aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; más el justo por su fe vivirá.
Habacuc 2: 4, RV95.
Poco antes de que los babilonios destruyeran Jerusalén, el profeta Habacuc presentó un reclamo ante Dios: «¿Hasta cuándo gritaré pidiendo ayuda sin que tú me escuches? ¿Hasta cuándo clamaré a causa de la violencia sin que vengas a librarnos? […] Estoy rodeado de violencia y destrucción; por todas partes hay pleitos y luchas. No se aplica la ley, se pisotea el derecho, el malo persigue al bueno y se tuerce la justicia» (Habacuc 1: 2-4).
Ante semejante situación, Dios le pide al profeta que espere pacientemente (Habacuc 2: 2-3), señala que «aquel cuya alma no es recta se enorgullece; más el justo por su fe vivirá» (Habacuc 2: 4). Además, le asegura que él está en su santo templo (Habacuc 2: 20), una clara señal de que está al control de todo (ver Sofonías 1: 7 y Zacarías 2: 13).
Como resultado de su conversación con Dios, el profeta entona un himno de esperanza: «Entonces me llenaré de alegría a causa del Señor, mi salvador. Le alabaré, aunque no florezcan las higueras, ni den fruto los viñedos y los olivares; aunque los campos no den su cosecha; aunque se acaben los rebaños de ovejas, y no haya reses en los establos» (Habacuc 3: 17-18).
Este himno de fe nos muestra una faceta del accionar divino que a menudo pasamos por alto. Para Habacuc, las higueras no florecen, los árboles no dan fruto y la ganadería ha fracasado; sin embargo, el profeta se regocija «a causa del Señor». Si comparamos esta oración al final del libro con el reclamo al principio, nos damos cuenta de que la situación de Habacuc no cambió; lo que cambió fue él.
No siempre el Señor va a abrir el mar, no siempre cerrará la boca del león o sanará la enfermedad o levantará al muerto. A veces, el milagro consiste en cambiar nuestra perspectiva de ver las cosas.
Como en el caso de Habacuc, es posible que hoy Dios no cambie la situación que te angustia, sino que te cambie a ti, tu mente y tu forma de ver la vida. A eso se le llama tener fe: ver la misma situación desde la perspectiva celestial. Si hoy nos acercamos a Dios en oración y reflexión, podremos adquirir esa perspectiva celestial para encarar los desafíos que tenemos por delante.