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El abrazo del padre

Entonces se levantó y fue a su padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y lo besó.

Lucas 15: 20

Uno sé los cuadros más emotivos que conozco lleva por título El regreso del hijo pródigo y se encuentra en el Museo del Hermitage de San Petersburgo (Rusia). Henri Nouwen describe así el impacto que le causó su descubrimiento: «La primera, vi el cuadro de Rembrandt, en el otoño de 1963, toda mi atención fue captada por las manos del anciano padre, estrechando contra su pecho al hijo arrepentido.

Esas manos hablaban de perdón, de reconciliación, de sanación, pero también de seguridad, de reposo, de regreso al hogar. Pero si esta imagen del abrazo revivificante de un padre a su hijo pudo afectarme tan profundamente fue porque todo mi ser deseaba más que nada ser acogido como el hijo pródigo. Este encuentro marcó el principio de mi propio regreso a Dios» (Le retour de l’enfant prodigue, Quebec: Bellarmin, 1995, pág. 167).

Después de toda una vida consagrada al servicio de los demás, Henri Nouwen concluye: «Cuando regresé a San Petersburgo, hace cuatro años, para volver a ver El regreso del hijo pródigo, no sospechaba que iba a tener que vivir yo mismo lo que estaba viendo. Me asombra constatar hasta dónde me ha llevado Rembrandt.

Me ha llevado del joven arrodillado y harapiento al anciano de pie, inclinado hacia él, del lugar de quien recibe la bendición al lugar de quien bendice. Al observar mis manos, ahora envejecidas, sé que me han sido dadas para acoger a los que sufren, para posarse sobre los hombros de quienes vienen a mí, y sobre todo, para transmitir la bendición que procede del inmenso amor de Dios» (ibid. pág. 173).

Quien ha vivido hasta el fondo la experiencia del perdón, sabe cuán importante es transmitirla a otros. Del propio Esaú se dice que, cuando vio a su hermano Jacob regresar al hogar, le perdonó tan profundamente sus engaños y fraudes que» «corrió a su encuentro y, echándose sobre su cuello, lo abrazó y besó» (Gén. 33: 4). Y Jacob, al verse perdonado tan generosamente, le rogó que lo aceptase de regreso al hogar, añadiendo: «Porque he visto tu rostro como si hubiera visto el rostro de Dios, pues que con tanta bondad me has recibido» (vers. 10).

Señor, hazme capaz de ver el rostro de Dios en el de mis seres queridos, como el pródigo lo vio en su padre y Jacob en su hermano.