Que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea, que tú me enviaste. […] Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca […] que los has amado a ellos, como también a mí me has amado.
Juan 17:21, 23
Cuando vivíamos en Michigan me encantaba ver, todos los otoños, a los gansos canadienses que volaban hacia el sur para pasar el invierno. Lo que más me sorprendía, al principio, era verlos volar siempre formando una «V». Intentando comprender por qué volaban de esa forma, me informé de que los expertos habían descubierto que cuando cada una de estas aves bate sus alas produce un movimiento en el aire que el ave que le sigue detrás aprovecha para volar con más facilidad. Parece comprobado que, al volar en grupo, precisamente en forma de «V», la bandada puede volar más fácilmente (más o menos en un 70 %) que si cada ave volara sola. Unidas pueden volar con menos esfuerzo.
Dicen que si algún ganso se escapa de la formación, pronto nota que es duro batirse contra la resistencia del aire, él solo y regresa al grupo.
Jesús oraba a su Padre expresándole su deseo de que nosotros, sus seguidores, nos mantuviésemos unidos. Unidos a Dios a través de él, y unidos en él los unos a los otros. Compartiendo una dirección común, unidos en comunidad de propósito y apoyándonos mutuamente, podemos llegar mucho más lejos y mejor que solos.
Parece que los gansos hasta se turnan relevando al líder. Y es que en todas partes se obtienen mejores resultados cuando nos apoyamos unos a otros, nos turnamos en las tareas difíciles y respaldamos a los que se esfuerzan por avanzar en nuestra misma dirección.
Ojalá nosotros tuviésemos «la inteligencia del ganso». La «V» que ellos forman a mí me evoca la inicial de la palabra «victoria».
Jesús vino a este mundo a unirnos con Dios y a reconciliarnos en él unos con otros. Esta tarea es tan importante que para el apóstol Pablo la misión cristiana se resume en lo que él llama «el ministerio de la reconciliación»: Dios nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo y ahora nosotros somos embajadores de Cristo en este ministerio, invitando a otros a reconciliarse con Dios (2 Cor. 5: 18-20).
Señor, hoy te pido, haciendo mía la oración de Francisco de Asís, que hagas de mí «un instrumento de tu paz: donde haya odio, ponga yo amor; donde haya ofensa, ponga yo perdón; donde haya discordia, ponga yo unión».