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«¡Veni, vidi, vici!” – Julio César

Matutina de Adolescentes

«Estos confían en sus carros de guerra, aquellos confían en sus corceles, pero nosotros confiamos en el nombre del Señor nuestro Dios»

Salmo. 20:7

Si no te gusta el colegio, déjame decirte que podría ser peor. Si vivieras en otra época, tus profesores te habrían hecho aprender latín. Hoy quizás aprendamos inglés o portugués, lo cual está bueno porque puedes llegar a conocer a alguien que hable esos idiomas, o puede que más adelante los necesites para trabajar. Sin embargo, no hay posibilidades de que te encuentres con alguien que hable latín, porque la gente dejó de conversar en ese idioma hace cientos de años.

No obstante, los que sufrieron las clases de latín sabrían el significado de la frase de hoy. El general romano Julio César la pronunció cuando estaba en la cumbre de su vida. De hecho, podrías decir que estaba en la cima del mundo. Había invadido Gran Bretaña y conquistado la región que hoy ocupa Francia. Venció al faraón de Egipto y luego partió hacia el este, a resolver problemas en Turquía.

Los problemas los causaba Farnaces II del Ponto, un descendiente del rey Darío del que leemos en la Biblia. Aunque Farnaces tenía carros con cuchillos de un metro de longitud en las ruedas, César ganó la batalla en solo cinco días. Y envió un mensaje a Roma que decía: «Veni, vidi, vici», y significa: «Vine, vi, y vencí». Era la forma de César de expresar cuán rápida y fácilmente había ganado la victoria y, de paso, mostrar cuán asombroso era él. Lamentablemente, no se mantuvo en la cima del mundo por mucho tiempo. Fue asesinado tres años después.

Durante la Edad Media, el rey Juan III Sobieski, de Polonia, usó una frase similar. Fue a rescatar a los defensores de la ciudad austríaca de Viena, que se estaban muriendo de hambre en un asedio. En un solo día, el rey Juan triunfó sobre un ejército turco mucho mayor que el suyo. Aparentemente, había tenido que aprender latín en el colegio porque luego dijo: «Venimus, vidimus, Deus vicit» («Vinimos, vimos, y Dios venció»).

César y el rey Juan nos muestran dos maneras diferentes de ver la vida. ¿Te atribuirás todo el mérito por tus victorias, como César? ¿O verás tus logros como bendiciones de Dios?

De paso, una de esas bendiciones es que no tienes que aprender latín.