Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco, y ellas me siguen.
Juan 10: 27, NTV
Carrie O’Toole es consejera familiar y autora estadounidense. La contacté para entrevistarla para la Radio Adventista de Londres, y ella accedió cordialmente. La charla fue acerca de uno de mis temas favoritos: cómo distinguir la voz de Dios.
Las voces, como las huellas digitales, son únicas. Incluso las voces de gemelos idénticos tienen un timbre diferente. Pero ¿cómo «suena” exactamente la voz de Dios? La mayoría de las veces, Dios se comunica no mediante una voz audible, sino con un pensamiento o una impresión. Entonces, ¿cómo podemos distinguir su voz entre miles de pensamientos e impresiones?
Carrie me contó que su hija toca el fagot en una orquesta. Carrie está tan acostumbrada a oír a su hija tocar, que puede distinguirla entre una multitud de instrumentos. Puedo “escuchar cada nota que ella toca», me dijo confiadamente. Carrie ha escuchado a su hija practicar tantas veces que conoce el timbre y el color de su sonido. Para distinguir la voz de Dios también es preciso practicar.
Podemos hacer pausas en nuestras oraciones, para que sean conversaciones y no monólogos. Podemos hacer espacios para el silencio y la reflexión. A Carrie le gusta anotar en un diario sus impresiones y pensamientos. Al principio, cuando recién empezaba, Carrie cotejaba con amigos, con otros creyentes maduros y con la Biblia, para ver si estos mensajes realmente provenían de Dios. Ahora, con años de experiencia, Carrie puede reconocer la voz de Dios con mayor facilidad.
Una de las mayores sorpresas para Carrie fue notar con cuánta dulzura le hablaba Dios, incluso si tenía que retarla. ¡Este es un atributo distintivo de la voz de Dios! El autor Sam Williamsom, en Hearing God in Conversation (Oír a Dios en conversación), comenta: “A diferencia de las otras voces que escuchamos, que gritan, acusan y regañan, Dios quiere cautivarnos, en lugar de ejercer coerción». Aun si el mensaje es difícil, la voz de Dios invita dulcemente al arrepentimiento y nos recibe. Su voz no nos condena (Rom. 8:1), ni nos hace dar por vencidas (Rom. 8:37). Su voz tiene la poderosa fuerza del amor, no de la violencia. ¡Te invito hoy a oír su voz!
Señor, es mi privilegio reconocer y escuchar tu voz. Sé que esto requiere práctica; el joven Samuel no sabía que eras tú quien le hablaba al principio. Por eso, quiero entrenar mis oídos, afinarlos hasta detectar el susurro más delicado de tu voz. ¡Habla, Señor; tu sierva oye!