Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: «No es necesario que te respondamos sobre este asunto. Nuestro Dios, a quien servimos, puede librarnos del horno de fuego ardiente; y de tus manos, rey, nos librará. Y si no, has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado»
Daniel 3: 16-18
¿OUIERES SABER QUÉ ES FE«A PRUEBA DE BALAS»? No tienes que ir muy lejos para encontrarla, pues está en nuestro texto bíblico para hoy.
Recordemos primero la escena. Sadrac, Mesac y Abed-nego se niegan a arrodillarse ante la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha levantado en el campo de Dura. Este acto es señal, no solo de insubordinación, sino también de irrespeto al rey y a sus dioses; y la consecuencia es muerte inmediata en un horno de fuego. Cuando el rey, lleno de ira, los hace traer ante su presencia, los emplaza sin rodeos:
«Ustedes tres, ¿es verdad que no honran a mis dioses ni adoran a la estatua de oro que he mandado erigir? Ahora que escuchen la música de los instrumentos musicales, más les vale que se inclinen ante la estatua que he mandado hacer, y que la adoren. De lo contrario, serán lanzados de inmediato a un horno en llamas, ¡y no habrá dios capaz de librarlos de mis manos!» (Dan. 3: 14-15, NVI).
Las palabras del rey son, en efecto, un decreto de muerte. ¿Cómo responden «esos tres»? En primer lugar, dejan en claro que su Dios es suficientemente poderoso para librarnos del horno de fuego. En segundo lugar, dejan entrever que su Dios es soberano, lo cual significa que pudiera decidir no librarlos. Y en tercer lugar (este es el golpe de gracia), declaran categóricamente que, aun cuando Dios no los librara, ellos bajo ninguna circunstancia van a adorar la estatua de oro.
¡Ahí está! Fe «a prueba de balas». De hecho, ¡fe a prueba de todo! Es la fe que nos permite permanecer fieles a Dios aun cuando no nos conceda lo que le pedimos; la que nos mantiene de parte de la justicia, «aunque se desplomen los cielos»; la fe que nos impulsa a seguir amando a Dios, aun cuando nos cueste la vida.
¿Qué nos enseñan los tres jóvenes hebreos con su increíble acto de fe? Que Dios no tiene que sanar mi enfermedad, o ayudarme a conseguir el trabajo de mis sueños, para que yo crea en él. Que no tiene que solucionarme mis problemas para que yo sepa que me ama. En resumen, que pase lo que pase, mi fidelidad a Dios ha de mantenerse firme, porque confío que él siempre me dará lo que más me conviene, aunque en el momento yo no lo entienda.
Señor, quiero amarte, no por los favores que me concedes, sino por lo mucho que tú me amas. Ayúdame a confiar en ti, aunque no siempre entienda por qué algunas cosas suceden.