Pero el maestro de la ley, queriendo justificar su pregunta, dijo a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”
Lucas 10: 29
Era un día de mucho trabajo para aquel hombre. Se levantó temprano y se dirigió a su trabajo. Trabajaba como vendedor y aquel día debía trasladarse a una ciudad vecina para entregar pedidos. Meditaba en las ganancias que le produciría aquella gira y en las grandes necesidades de su familia que supliría. Repentinamente, varios individuos le salieron al encuentro interrumpiendo el flujo de sus pensamientos. Sin darle tiempo a reaccionar, se abalanzaron sobre él y lo golpearon fieramente hasta someterlo. Se llevaron la mercancía, sus ropas y todo cuanto pudieron. Quedó malherido y abandonado a un lado de la carretera.
Menos mal que por aquel camino, aunque peligroso, también transitaban muchas personas. Estaba medio muerto y en condiciones muy deplorables; por eso, el sacerdote de la parroquia del pueblo vecino, aunque lo vio, sintió temor de auxiliarlo, puesto que no quería comprometerse con un cadáver ni dar cuenta de él. Un conocido líder miembro de una entidad respetada, al pasar por allí vio el cuerpo que se desangraba, se bajó de su vehículo, lo observó detenidamente y, dándose cuenta de que nadie lo miraba, prefirió seguir su camino, pensando que ya nada podría hacerse. Menos mal que un hombre poco querido pasó por allí y, deteniendo su vehículo, acudió en auxilio de aquel comerciante y lo trasladó a la clínica más cercana.
Este relato tiene mucho que enseñarnos, especialmente el personaje que ayudó al herido. La Biblia dice que era un samaritano. Eso significa que viajaba por territorio extranjero, lo que hace más notable aún su acto de misericordia. Él sabía que si hubiese sido él el herido en aquella zona, un judío lo habría dejado allí tirado. Pero no preguntó si era judío o gentil, se expuso a la violencia del lugar porque era un ser humano y eso le bastó.
Además de enseñarnos el amor al prójimo, esta parábola también nos habla del amor de Cristo. El ser humano fue engañado, estropeado, robado y arruinado por Satanás. Abandonado para que pereciese.
Dios podía habernos pasado por alto como el levita y el sacerdote, pero Jesús se compadeció de nuestra situación. Dejó su gloria para venir a redimirnos. Nos halló cuando estábamos a punto de perecer y se ocupó de nosotros, se expuso a la violencia del mundo, sanó nuestras heridas y nos brindó un refugio seguro. @Jesús fue y sigue siendo tu prójimo.