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Obras de misericordia

Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres.

Tito 3:8

Si nos apoyásemos en este texto de Tito sin su contexto, podríamos llegar a concluir que debemos ocuparnos continuamente en buenas obras y que, quizá, podamos adquirir así la salvación.

Sin embargo, solo tienes que leer los versículos anteriores para verificar que no es así. Pablo deja bien en claro que la salvación es una manifestación de la bondad y el amor de Dios, que la recibimos por la misericordia de Cristo y la renovación en el Espíritu Santo.

Las obras de justicia no suman para la redención. Ahora, también afirma que tras instalar esa verdad en nuestro corazón, debemos ocuparnos en las obras de misericordia. Esto es, vivir a Cristo con tal intensidad que se refleje en nuestras acciones, que seamos personas que crezcamos en lo virtuoso.

Así lo presenta Elena de White cuando se refiere a Jesús, nuestro modelo: “Nuestro Salvador era la luz del mundo; pero el mundo no lo conoció. Estaba constantemente ocupado en obras de misericordia, proyectando luz sobre la senda de todos; sin embargo no pidió a aquellos con quienes se relacionaba que contemplaran su virtud inigualable, su abnegación, su espíritu de sacrificio y su benevolencia.

Los judíos no admiraban una vida tal. Ellos consideraban su religión sin valor porque no estaba de acuerdo con su norma de piedad. Decidieron que Cristo no era religioso en espíritu o en carácter, porque la religión de ellos consistía en ostentación, en orar en público y en hacer obras de caridad por causa del efecto.

El más precioso fruto de la santificación es la gracia de la mansedumbre. Cuando esta gracia preside en el alma, la disposición es modelada por su influencia. Hay un constante esperar en Dios y una sumisión a la voluntad divina” (Consejos para la iglesia, pp. 76, 77).

En esta cita también adviertes un segundo modelo de religión. Un modelo fundamentado en las normas, en el aparentar, en las obras de justicia que se detienen en la letra y abandonan el Espíritu.

Apártate de ese modelo, no es el de un verdadero cristiano. Te sugiero que hagas como nuestro Maestro. Ayuda a suplir las necesidades materiales: da de comer al hambriento, de beber al sediento, hospedaje al sin techo, ropa al desnudo, compañía a enfermos y presos.

Y las espirituales: da conocimiento al que no sabe, consejo al necesitado, corrección al equivocado, consuelo al triste, respeto al diferente y perdón a todos. Has de saber que esto no genera tu salvación, pero tiene que ver con tu carácter.

Víctor M. Armenteros es doctor en Filología Semítica por la Universidad de Granada y doctor en Teología (Antiguo Testamento) por la Universidad Adventista del Plata (Argentina). Durante más de una década ha sido profesor de Sagrada Escritura y Lenguas Bíblicas en el Seminario Adventista de España. Actualmente comparte la docencia con la gestión, al ejercer como director de los estudios de posgrado de la Universidad Adventista del Plata y de la sede austral (Argentina, Paraguay y Uruguay) del Seminario Adventista Latinoamericano. Es miembro de la Asociación Española de Estudios Hebreos y Judíos. Ha colaborado como traductor en la Biblia Traducción Interconfesional y forma parte del equipo editorial de la revista DavarLogos. Es, a su vez, autor de diversos artículos sobre escritos bíblicos y literatura rabínica.