Estarás seguro ante la calumnia y no tendrás miedo cuando llegue la destrucción.
Job 5:21, NTV.
Elifaz hizo dos acusaciones muy crueles. Contrastemos su filosofía con la verdad.
- “Dios no responde al alma culpable”. Falso. “Si das, arrepentido, un solo paso hacia él, se apresurará a rodearte con sus brazos de amor infinito. Su oído está abierto al clamor del alma contrita. Él conoce el primer esfuerzo del corazón por llegar a él. Nunca se ofrece una oración, aunque sea balbuceada, nunca se derrama un lágrima, aun en secreto, nunca se acaricia un deseo sincero, por débil que sea, de llegar a Dios, sin que el Espíritu de Dios vaya a su encuentro. Aun antes que la oración sea pronunciada, o el anhelo del corazón sea dado a conocer, la gracia de Cristo sale al encuentro de la gracia que está obrando en el alma humana” (PVGM, p. 162).
- “El sufrimiento es parte del plan de Dios para el ser humano”. Falso. “sus hijos sean felices, llenos de paz y obedientes. Mediante el ejercicio de la fe el creyente llega a poseer esas bendiciones. Mediante ella puede ser suplida cada deficiencia del carácter, cada contaminación purificada, cada falta corregida, cada excelencia desarrollada” (HAp, p. 465).
Su discurso contenía algunas verdades, pero olvidó mencionar que Dios disciplina al justo: “Hijo mío, no despreciéis la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama disciplina” (Heb. 12:5, 6).
Los verdaderos amigos nos prestan sus hombros cuando los nuestros están caídos. Si en algo tenía razón Elifaz, es en no tenerle miedo al azote de la lengua de quienes pretenden ser nuestros amigos.
Con el sufrimiento de Job, Dios tenía un plan en mente, pero no propició su dolor y pérdida. Dios convierte nuestras desgracias en bendiciones, pero no es el causante de ellas. “Dios conoce nuestras necesidades y ha hecho provisión para satisfacerlas.
El Señor tiene una tesorería con abundantes provisiones para sus hijos, y puede darles lo que necesitan en todas las circunstancias. ¿Entonces por qué no confiáis en él? Ha hecho preciosas promesas a sus hijos a condición de que obedezcan fielmente sus preceptos.
No hay ninguna carga que no pueda quitar, ninguna tiniebla que no pueda disipar, ninguna debilidad que no pueda transformar en poder, ningún temor que no pueda apaciguar, ninguna aspiración digna que no pueda guiar y justificar” (AFC, p. 223).