Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!
Mateo 14:30.
Aquella noche de tempestad en el mar, Pedro fue el primero en identificar al “fantasma” como Jesús, el único que se atrevió a salir de la barca, el único, después de Jesús, que caminó sobre el agua, dispuesto a hacer lo que ningún otro discípulo intentó.
Aunque solo fueron unos pasos, desafió la fuerza de la gravedad. Frente al peligro, somos capaces de intentar lo que no hacemos en circunstancias normales.
La fe de Pedro en Jesús, aunque era poca en ese momento, fue lo que lo hizo salir del bote, pero al apartar la mirada del Maestro, no pudo seguir caminando sobre un mar tormentoso.
“Mirando a Jesús, Pedro andaba con seguridad; pero cuando con satisfacción propia miró hacia atrás, a sus compañeros que estaban en el barco, sus ojos se apartaron del Salvador. El viento era borrascoso.
Las olas se elevaban a gran altura, directamente entre él y el Maestro; y Pedro sintió miedo. Por un instante Cristo quedó oculto de su vista, y su fe le abandonó. Empezó a hundirse” (DTG, p. 344).
Cuando caminas sobre las olas intensas de la vida, si fijas tu vista en las circunstancias en vez de fijarla en Jesús, te desesperarás y te hundirás en el problema. Mira el poder de Jesús y no tu poca fe. Si das más atención a la tormenta que al que puede caminar sobre el mar en medio de ella, experimentarás lo mismo que Pedro.
No puedes elegir cuándo ni cómo viene la tormenta, pero sí puedes elegir a quién mirar cuando estés en medio de ella. Canta himnos de fe, repite porciones de la Escritura, ora en voz alta. Alimenta tu fe y el miedo morirá de hambre; o alimenta las dudas y la fe se debilitará por desnutrición espiritual.
Se hunde, no el que cae al agua, sino el que se resiste a levantarse. Jesús acudió de inmediato al pedido de salvación. Nunca demora en responder el pedido de liberación de un alma ahogándose en el torbellino de la tentación o debatiéndose entre las olas crueles de una tribulación.
Jesús pudo haber reprendido las olas en aquel instante, pero fue cuando Jesús y Pedro regresaron al barco, que se calmó la tempestad (ver Mateo 14:32).
“Jesús no le pidió a Pedro que fuera a él para que pereciera; él no nos invita a seguirlo para luego abandonarnos” (ibíd., p. 345). Camina con Jesús en cada tormenta.