¿Qué quieres, Señor?” le preguntó Cornelio, mirándolo fijamente y con mucho miedo. “Dios ha recibido tus oraciones y tus obras de beneficencia como una ofrenda” le contestó el ángel.
Hechos 10:4, NVI.
Cornelio era un oficial del ejército romano, gentil, crecido en un ambiente politeísta adorador de ídolos; pero cuando fue expuesto a los conceptos del judaísmo se volvió devotamente monoteísta, pertenecía al grupo denominado temerosos de Dios: gentiles que amaban al Dios de Israel, simpatizantes de la fe judía pero no convertidos al judaísmo.
Cornelio había adoptado algunas costumbres judías, como la hora de la oración a las tres de la tarde. Estaba orando cuando tuvo la visión del visitante celestial. Cuando dedicas tiempo a la oración y la devoción, estás en buen camino, donde transitan los ángeles.
Dios llamó a Cornelio por su nombre; también conoce tu nombre, tu habito de orar, las obras de bondad que haces a otros, tus ofrendas.
No hay nada que escape al ojo divino: “El Señor nos conoce a cada uno por nuestro nombre, sabe dónde vivimos, está enterado del espíritu que poseemos y toma nota de cada acto de nuestra vida. Los ángeles ministradores pasan por las iglesias y anotan la fidelidad con que desempeñamos nuestros deberes personales” (2MS, p. 267).
Cornelio respondió con un temor reverente, indicando que tenía una vibrante relación con Dios. ¿Cuántos “Cornelios” estarán allá afuera, obedeciendo la verdad que han descubierto y esperando que alguien les muestre el camino? “No todos los que viven en el mundo desprecian la ley y son pecadores.
Dios tiene a muchos miles que no han doblado su rodilla ante Baal. En las iglesias caídas hay hombres que temen a Dios” (Ev, p. 560).
Luz recibida, luz obedecida. Cada uno será juzgado por la luz recibida: a mayor luz, más responsabilidad. “Hoy día Dios está buscando almas tanto entre los encumbrados como entre los humildes.
Hay muchos hombres como Cornelio a quienes el Señor desea vincular con su obra en el mundo. Sus simpatías están con el pueblo del Señor, pero los vínculos que los atan al mundo los retienen firmemente. Decidirse por Cristo exige valor moral de su parte.
Debieran hacerse esfuerzos especiales por esas almas cuyas responsabilidades y asociaciones les hacen correr tan gran peligro” (HAp, p. 115).
Cuando estás dispuesta a hacer la voluntad de Dios, él te muestra el camino, te abre oportunidades y te da mayor luz.